14 de octubre de 2015

Aún no.

Cuando el sol baja dejándole todo el protagonismo a la luna mi interior se sacude levemente. Ha pasado un día más y mañana será otro nuevo en el que tendré que luchar por mantenerme en pie hasta que la noche vuelva a caer.

Durante el día mi mente vacía vaga sin rumbo alguno mientras noto como la oscuridad se apodera cada día un poco más de mi interior. Sin embargo sé que no hay por qué alarmarse pues ya la conozco, sé que nunca la dejaré quedarse el suficiente tiempo como para que se instale.

Cada noche cuando esta oscuridad lo absorbe todo siempre queda algo atrapado; su rostro permanece clavado en mi memoria. Sus ojos oscuros casi demoniacos, la tez grisácea, las ojeras bien marcadas y aquella sonrisa de labios pálidos y dientes torcidos, un poco de barba negra adornándole y melena hasta los hombros.

Recuerdo perfectamente el contraste de su piel con la sangre brillante que había salpicado su rostro. Parecía una obra maestra colgada de una pared moderna de cualquier museo de alguna ciudad sin nombre.

Cada noche cuando él aparece se me seca la boca, mis piernas flaquean y mi mente se marea. Mi pecho duele, mis extremidades se pierden en mis sentidos y mis pulmones escasean de aire. Mis oídos pitan, mi lengua pesa.

Noche tras noche pienso que la peor muerte me sabría a gloria.

Pero ésta noche no será esa.